El feminicidio, la violencia contra las mujeres por ser mujeres, trasciende fronteras.
A través del reportaje, la fotografía, el cine y la poesía, sumérjase en las historias de las mujeres resilientes de Ciudad Juárez, México, que buscan justicia después de perder a sus amadas hijas.
Presentando la poesía de “Killing Marías” de Claudia Castro Luna
Publicado el 8 de marzo de 2020
Ciudad Juárez se encuentra justo al otro lado del Río Grande de El Paso, en el extremo occidental de Texas.
Cada día, miles de personas pasan entre estas ciudades gemelas, que forman la segunda zona urbana más poblada de la frontera entre EE.
UU. y México. Juárez es una ciudad conocida por su rol fundamental en la Revolución Mexicana, su industria manufacturera y por ser un lugar
que atrae a gente de todo el país.
Pero en el lado estadounidense de la frontera, es posible que Juárez sea más conocida por su reputación como una de las ciudades más violentas del mundo.
A mediados de la década de los 90, los medios de comunicación internacionales empezaron a fijarse en los cientos de horripilantes asesinatos de mujeres:
en su mayoría mujeres jóvenes de bajos recursos. Las noticias informaron sobre los cuerpos encontrados masivamente en el desierto de Chihuahua, a
veces describiendo la evidencia de trauma y tortura con detalles espectaculares y objetivantes.
ARRIBA: Juárez, la ciudad más grande de Chihuahua, México, tiene alrededor de 1.3 millones de habitantes, según datos de 2010 del Instituto Nacional de Estadística y Geografía de México. Los peatones cruzan la calle en el centro de Juárez.
ABAJO A LA IZQUIERDA: Un mural de la superestrella mexicana Juan Gabriel pintado en un edificio de nueve pisos en Juárez. Conocido como “El Divo de Juárez”, Gabriel creció en la ciudad y cantó en restaurantes y bares locales antes de llegar al estrellato.
ABAJO A LA DERECHA: Una familia camina por el centro de Juárez.
Nadie sabe exactamente cuántas mujeres han sido asesinadas o secuestradas en Juárez; sin embargo, los asesinatos por motivos de género continúan. En 2019, el gobierno mexicano registró 1.006 víctimas de homicidio por motivos de género en todo el país, 31 de ellas en el estado de Chihuahua, donde se encuentra Juárez. Eso es un aumento del 137% en cinco años, según el fiscal general de México. Esos números representan solo a las mujeres que fueron encontradas. Hay muchos más delitos que permanecen sin resolver e impunes, tanto es así que el homicidio por motivos de género cuenta con su propia clasificación oficial en México y en gran parte de América Latina: el feminicidio.
El feminicidio no es solo el asesinato de víctimas que casualmente son mujeres. Es una violación sistemática de los derechos humanos. Ya sea por violencia doméstica o por agresión sexual, las víctimas de feminicidio son mujeres que fueron asesinadas por ser mujeres.
Una cruz con el letrero rosa “Ni una más” que se encuentra en el puente internacional del Paso del Norte, que conecta Juárez
y El Paso, Texas. “Ciudad Juárez ha sido una ciudad muy resiliente, muy golpeada por la violencia de género”, dice Verónica Corchado, directora
del Instituto Municipal de la Mujer de Juárez. “De 1993, que se empiezan a documentar los casos ... se ha documentado en esta sede hasta hoy día
más de 1700 mujeres asesinadas por violencia de género”. Académicos y activistas locales han ayudado a recopilar estos datos.
Debido a la carga de tener que presentar pruebas que justifiquen este estándar – y el hecho de que nunca se haya encontrado a tantas mujeres — las
estadísticas oficiales son poco fiables. Académicos y activistas en Juárez han tratado
de cartografiar los asesinatos y compilar bases de datos desde 1993.
Pero las mujeres desaparecidas y asesinadas de Juárez son más que estadísticas y puntos de datos. Son hijas muy queridas que han dejado un vacío inimaginable y desconcertante. Son el combustible del activismo contra la impunidad y la injusticia. Son las semillas de la desolación que florecen en el arte. Y son hermosos y delicados recuerdos que deben preservarse.
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Ernestina Enríquez Fierro perdió a su hija menor, Adriana, de 15 años, en un feminicidio en 2008. Ante la indiferencia de las autoridades, Enríquez Fierro lucha contra la cultura de impunidad y misoginia.
Ernestina Enríquez Fierro dice que su hija menor, Adriana Sarmiento Enríquez, de 15 años, fue vista por última vez con vida en enero de 2008 al tomar un autobús en el centro de la ciudad de Juárez después de la escuela. Enríquez Fierro, que mantiene a su familia trabajando como ama de llaves, dice “Anduvimos buscando en el centro, en las colonias, en los camiones ... nunca la encontramos”.
Enríquez Fierro dice que se enteró de que una oficina forense del gobierno había encontrado los restos de su hija en 2009 en San Agustín, en el Valle de Juárez, a una hora de su casa en noviembre de 2011 a través de Facebook. Nadie se lo había dicho. “Antes de que yo estuviera viviendo esta pesadilla de la que creo que nunca jamás voy a despertar, para mí la policía era lo máximo ... ahora yo me doy cuenta de que todo es mentira, no hay autoridades, no hay justicia, no hay respeto, no hay nada ... No hay castigo para nadie”.
Adriana, de 15 años, tenía muchos amigos desde muy joven. Le encantaba la música, bailar y coleccionar ranas de juguete. Recordaba los cumpleaños de sus seres queridos, y a menudo los despertaba cantándoles feliz cumpleaños.
“Cuando mi mamá murió, a mí me decían que era huérfana. Cuando mi esposo murió, yo quedé viuda ... pero para esto, no hay nombre”, Enríquez Fierro dice sobre la pérdida de su hija.
Los poemas de este proyecto son del libro “Killing Marías” (Matando Marías) de la Poeta Laureada del Estado de Washington Claudia Castro Luna.
“Castro Luna, quien fue la primera Poeta Cívica de Seattle entre el 2015 y el 2017, y la fundadora de Seattle Poetic Grid, quiere que los lectores piensen en cómo sus propias elecciones como consumidores de productos ... podrían contribuir, de manera indirecta, a las dificultades de trabajadores como las empleadas de las maquiladoras.”
“Al escribir los poemas, también sintió el deseo de buscar venganza contra los asesinos.” — Tyrone Beason
En Juárez, un peatón pasa por un mural de Luz Angélica Mena Flores, que fue vista por última vez en 2008.
Verónica Corchado, directora del Instituto Municipal de la Mujer, ubicado en el centro de Juárez, dice que la agencia ha estado trabajando en una serie de iniciativas para aumentar la seguridad en esa zona, donde han secuestrado a niñas y mujeres.
Las estudiantes y trabajadoras suelen ir y venir de lugares remotos de la ciudad, lo que las deja en situación de riesgo durante los traslados en autobús en el centro de la ciudad y al volver a casa caminando desde la parada del autobús.
Verónica Corchado, organizadora y activista de derechos humanos, trabaja como directora del Instituto Municipal de la Mujer ubicado en el centro de Juárez. En su carrera de más de 25 años, dedicada a eliminar la violencia contra las mujeres, ha sobrevivido a tres ataques. “Con cada asesinato, todos nosotros fallamos: la sociedad y el gobierno”, explica.
“La violencia de género es un problema de salud pública.”
Verónica Corchado
Imelda Marrufo Nava es la coordinadora general de la Red Mesa de Mujeres, una red de organizaciones de la sociedad civil que atiende a mujeres en situaciones vulnerables, así como a las familias de mujeres que han sido víctimas de la trata o el feminicidio. El trabajo de la Red Mesa de Mujeres abarca desde influir en las políticas públicas hasta usar el arte como un vehículo para la terapia y el activismo.
Marrufo dice que el número de feminicidios disminuyó entre 2013 y 2014, pero un programa de Red Mesa de Mujeres ha rastreado “un alarmante aumento” en los feminicidios desde 2016, basándose en artículos de prensa y estadísticas del fiscal del estado.
“La violencia contra las mujeres es un asunto mundial, es un fenómeno mundial y que tiene muchos años de que la venimos padeciendo”, dice. “Estamos todavía cargando con rasgos culturales muy machistas y esos no se han erradicado ni en Estados Unidos, ni en México ... No ocurre solo en México”.
Perla Janina Reyes Loya da de comer a sus hijos en Juárez. Su hija Jocelyn Calderón Reyes, de 13 años, que se ve en su camisa, desapareció el 30 de diciembre de 2012, cuando iba camino a la casa de una amiga. Sigue desaparecida.
Reyes a menudo protesta y se involucra en el activismo para recordar a la comunidad que esto continúa sucediendo.
“Cuando nosotros salimos a las calles, llevamos nuestro testimonio con el fin de que no le suceda ni a una más, de concientizar a las niñas para que no les pase”, dice Reyes. “Las actividades, como salir, gritar sus nombres, todo eso nos ayuda porque nos hace sentir que estamos buscándolas, que estamos en la lucha y que no vamos a parar hasta encontrarlas”.
Reyes fotografiada en su casa en Juárez. Dice que es importante que el público ayude a combatir el feminicidio mediante no guardar silencio. “Las desapariciones continúan en Juárez”, dice Reyes. “Seguimos pidiéndoles que, si ven a nuestras chicas, por favor ayúdenlas a volver a casa”.
“No vivimos en un país libre donde las personas, las jóvenes, los niños, pueden jugar o salir, porque hay personas que les destruyen, destruyen sus sueños ... Jocelyn era una niña que tenía sueños”.
Perla Janina Reyes Loya
¿Quién está matando a las mujeres de Ciudad Juárez?
Es una pregunta que ha acaparado la imaginación del público y alimentado la curiosidad de los medios de comunicación. Las autoridades de Juárez han culpado a los asesinos en serie, a las bandas e incluso a las propias mujeres, algunas de las cuales se afirmó que vivían una doble vida como trabajadoras sexuales.
Para Cynthia Bejarano, que ha investigado el feminicidio como profesora de estudios de género y sexualidad en la Universidad Estatal de Nuevo México, “quién” no es la pregunta correcta que se debe hacer, sino “¿por qué es que sigue ocurriendo? ¿Por qué está sucediendo en cada comunidad, en cada rincón del mundo? Esa debería ser la pregunta”, dice Bejarano.
Las razones son complejas y tienen múltiples aspectos, ya que residen en las intersecciones del privilegio, clase y género.
En Juárez, la impunidad desenfrenada da a los perpetradores la confianza de que no serán atrapados. La gran mayoría de los crímenes nunca son castigados, según muchos investigadores, incluyendo algunos estudios del gobierno mexicano.
“Los expertos coinciden en que la tasa de impunidad por los homicidios está en el porcentaje de los 90, a menudo con una cifra del 98 por ciento”, dice Vanda Felbab-Brown, investigadora senior de la Institución Brookings. Dice que ese número ha permanecido igual por unos 15 años.
“Desde la sociedad civil sabemos perfectamente, desde las propias víctimas, sabemos que de los gobiernos que han pasado, ninguno ha tenido el suficiente interés en atender debidamente está problemática” declara Norma Ledezma Ortega, fundadora de Justicia para Nuestras Hijas. “Hay un grupo selecto que pudiera ser mujeres pobres, jóvenes y que no le representa peligro al estado”.
En las primeras investigaciones se constató que muchas de las víctimas eran jóvenes y económicamente desfavorecidas. Muchas trabajaban por salarios bajos en las maquiladoras de la ciudad, como la hija de Ledezma Ortega, Paloma Angélica Escobar Ledezma, que fue asesinada en 2002 a la edad de 16 años.
IZQUIERDA: Un peatón pasa por delante de un hotel y bar abandonado en Juárez, donde hay cruces rosas y carteles que buscan información sobre mujeres desaparecidas o asesinadas.
DERECHA: un afiche de María Guadalupe Pérez Montes.
Las madres dicen que no reciben mucha ayuda de los funcionarios y que las dejan solas en el trabajo de encontrar a sus hijas y luchar por la justicia.
En noviembre de 2001, se encontraron ocho jóvenes en el Campo Algodonero, un campo de algodón abandonado en una calle muy transitada cerca de la sede de la asociación de maquiladoras. Al año siguiente, tres madres presentaron ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos una petición contra el estado de México. El Estado argumentó que los asesinatos de sus hijas eran crímenes aislados y no parte de un patrón sistemático.
“Las autoridades niegan [el feminicidio]”, dice Perla Janina Reyes Loya, cuya hija Jocelyn Calderón Reyes desapareció en 2012, cuando tenía 13 años. “No se respetan los derechos de la mujer, aquí tapan las cosas, aquí dicen, ‘Nada está pasando,’ cuando nuestras hijas ya son muchos años que están desaparecidas”.
En 2009, la Corte Interamericana dictaminó que México había manejado erróneamente las investigaciones del Campo Algodonero al no proteger los derechos humanos de las víctimas; era la primera vez que un Estado era considerado responsable de los asesinatos por motivos de género, lo que estableció un precedente histórico.
IZQUIERDA: El Monumento Campo Algodonero honra a las víctimas de feminicidio en Juárez. El nombre del monumento hace referencia a ocho jóvenes que fueron encontradas en un campo de algodón de Juárez en noviembre de 2001. En 2009, la Corte Interamericana de Derechos Humanos determinó que México había manejado erróneamente las investigaciones y no había protegido los derechos humanos de las víctimas; era la primera vez que un Estado era considerado responsable de los asesinatos por motivos de género, lo que estableció un precedente histórico. ARRIBA A LA DERECHA: Afiches publicados sobre mujeres desaparecidas se exhiben en el Monumento Campo Algodonero, en Juárez. ABAJO A LA DERECHA: Una cruz dice “Ni Una Más” (Not One More) en el Monumento Campo Algodonero.
A pesar de esa victoria legal de las madres, los sistemas sociales y económicos, muy arraigados, siguen siendo desiguales. La cultura del machismo, la dominación masculina, refuerza los estereotipos de los roles de género. Algunos han especulado que alimentaba el resentimiento hacia las mujeres asalariadas. Las investigaciones muestran que muchos de los perpetradores del feminicidio son conocidos por sus víctimas, especialmente en los casos de violencia en la pareja. Con tantos sistemas interconectados, es difícil para las madres imaginar cómo podría ser la justicia.
“Sé que no la tengo, y sé que no la voy a tener”, dice Ledezma Ortega.
La justicia es algo más que hacer responsable a un único perpetrador, afirma Bejarano.
“Es mucho más complicado y difícil mirar las cosas de manera sistemática”, dice, “mirar socialmente estos temas y preguntarse ‘¿cuándo he sido culpable de actos misóginos?’”
Norma Laguna Cabral dice que su hija Idalí Juache Laguna, de 19 años, nunca llegó a casa una tarde de 2010. Dos años después, las autoridades encontraron fragmentos de su cráneo en el Arroyo Navajo en el sector rural del Valle de Juárez, una región conocida por la violencia de los cárteles situada aproximadamente a una hora al este de la ciudad.
Para su madre es importante mantener vivo el recuerdo de Idalí.
“Cuando nos reunimos las mamás a las que nos ha pasado esto, es como una terapia para nosotras”, dice Laguna Cabral. “Solo nosotras, que sabemos qué es lo que estamos pasando, nos entendemos … El coraje, la desilusión, la impotencia, la desesperación, la tristeza, el dolor que nunca nos deja”.
Laguna Cabral creó una lápida en mosaico con la organización Red Mesa de Mujeres para honrar a su hija Idalí. “Yo siempre digo que mientras yo viva, su memoria seguirá viva también”.
Laguna Cabral muestra un collar que alguien le regaló como recuerdo de su hija. Idalí disfrutaba de jugar al fútbol en un equipo local y era “muy confiada” y “ella pensaba que no había maldad en la gente”, dice la madre.
La tumba de Idalí se encuentra en el Panteón Jardines del Recuerdo, un cementerio en las afueras al oeste de Juárez. “Es muy triste escuchar la noticia y descubrir que las chicas siguen desapareciendo y son encontradas muertas, al igual que nuestras hijas. Cuando oímos eso, nuestro dolor reaparece, es como si fueran nuestras hijas también”, dice su madre, Laguna Cabral. “Cada día que pasa, nuestras autoridades nos decepcionan más. Sentimos más impotencia y desesperación”.
“Es muy doloroso estar recordando, pero no quiero que otras familias, otras madres, vivan lo que yo estoy viviendo”.
Norma Laguna Cabral
Norma Ledezma Ortega es abogada y fundadora de la organización Justicia para Nuestras Hijas. En 2016 obtuvo su título de abogada, 14 años después de que su hija Paloma Angélica Escobar Ledezma, de 16 años, fuera asesinada en marzo de 2002.
En ese entonces, Ledezma Ortega tenía una educación escolar primaria y trabajaba en una fábrica de piezas para aviones. Se comprometió entonces a conseguir justicia para su hija y otras mujeres desaparecidas. “Tengo un arma legal para luchar por todas las víctimas”, comenta.
Ledezma Ortega, abogada y fundadora de Justicia para Nuestras Hijas, trabaja en casos relacionados con el secuestro, el feminicidio y la corrupción. Ledezma Ortega trabaja para ubicar a las víctimas del tráfico sexual, desde el estado de Chihuahua al sur de México hasta los Estados Unidos.
“Recuperarlas y retornarlas a su familia, también es satisfactorio para mí”, comenta. “Como abogada, aprendí que justicia es dar a cada quien lo que merece. Como madre, creo que la justicia va más allá. Sé que no la tengo, y sé que no la tendré nunca”.
Paloma, de 16 años, amaba los gatos y trabajó en la misma fábrica de partes de aviones que su madre mientras asistía a la escuela secundaria. Soñaba con estudiar inglés y trabajar en turismo o como intérprete. Esperaba poder adoptar niños algún día.
El 2 de marzo de 2002, Paloma fue a un curso de informática y nunca volvió a casa. Su madre, Ledezma Ortega, la buscó durante 27 días. Cuando Ledezma Ortega presentó el informe policial, las autoridades minimizaron sus preocupaciones: “ellos me decían que ella tenía ganas de divertirse” con un novio. Ledezma Ortega cree que es importante que el público escuche y comparta las historias de las víctimas de feminicidio. “Hacer esto puede ser lo único que logre que el gobierno mexicano se sienta responsable”.
“Algo cambió en mí esa noche. Ese día yo nací de nuevo, la mujer, esposa y madre trabajadora de maquila fue sepultada junto con Paloma y ahí nació la madre guerrera, la madre fiera, la leona para defender a mi niña”.
Norma Ledezma Ortega
“Ciudad Juárez le lleva la delantera a México, para bien y para mal”, dice Tony Payan, director del Centro para los Estados Unidos y México del Instituto Baker de la Universidad Rice y profesor de Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez.
En muchos sentidos, Juárez no es muy diferente de Seattle. Es conocido como un centro urbano progresista que ha sido apodado el “laboratorio del futuro”, atrayendo a diversos trabajadores de otras partes de México a la frontera. En Juárez hay 326 maquiladoras, que emplean a 300.000 personas, según el Índice Juárez, Asociación de Maquiladoras, A.C.
La industria manufacturera comenzó a florecer desde la década de los 70 hasta la década de los 90, cuando la industrialización mundial trajo un auge económico y demográfico a la frontera. Las maquiladoras abrieron camino en el área circundante a la ciudad de Juárez, incluyendo a fabricantes estadounidenses como Delphi y Johnson & Johnson, en busca de mano de obra barata para construir piezas para automóviles, electrodomésticos y dispositivos médicos. Juárez creció tan rápidamente con la afluencia de trabajadores que se crearon numerosos poblados informales en las laderas de las colinas a lo largo de los linderos de la ciudad. Carecían de electricidad, alcantarillado y caminos pavimentados; algunos de estos barrios todavía carecen de infraestructura hoy en día.
ARRIBA: Los peatones caminan por Lomas de Poleo en las afueras de Juárez. Durante el auge de las maquiladoras a finales del siglo XX, los trabajadores construyeron poblados informales, a veces sin agua corriente ni electricidad, en los límites de la ciudad. Estas zonas siguen estando económicamente desfavorecidas y los trabajadores y estudiantes pueden enfrentarse a largos y a veces arriesgados desplazamientos en autobús y a pie. ABAJO A LA IZQUIERDA: El sol se pone en el muro de la frontera entre EE. UU. y México, que atraviesa el desierto de Chihuahua cerca del barrio de Juárez en Anapra, donde se han encontrado varios cuerpos de mujeres. “Tenemos una tendencia, no solo aquí en EE. UU., sino en general: vemos lo que está mal en otros lugares, pero no vemos lo que está mal aquí”, dice María-Socorro Tabuenca C., profesora de español en la Universidad de Texas en El Paso. “Tenemos que prestar atención, hay mucha vulnerabilidad con los migrantes, con documentos y sin documentos, en el país”. ABAJO A LA DERECHA: Ropa abandonada yace en la arena del desierto en Lomas de Poleo.
Cuando se aplicó el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (North American Free Trade Agreement, NAFTA) en 1994, en el que se incentivaba oficialmente el comercio entre los Estados Unidos y México, las estructuras de violencia contra la mujer ya estaban bien establecidas. Durante años, las maquiladoras prefirieron contratar mujeres, dice Payan, ya que se consideraba que eran más puntuales que los hombres, así como menos propensas a cometer delitos o a consumir drogas o alcohol. Las jóvenes solteras de los pueblos pequeños se han trasladado a Juárez en oleadas para convertirse en asalariadas, a veces enfrentándose a largos y peligrosos desplazamientos al trabajo. Los trabajos en las maquiladoras a menudo pagan el salario mínimo, el cual era de solo $4.50 al día en 2017. (En enero aumentó a $9.75 al día en los estados fronterizos). Para ganar lo suficiente para sobrevivir, los trabajadores dependen de las bonificaciones que se dan a discreción de los supervisores.
“El modelo económico favoreció la explotación de miles de mujeres”, dice Payan.
La explotación económica, la debilidad de las instituciones gubernamentales y el crimen organizado (los corredores de tráfico que atraviesan la ciudad fronteriza) han creado “una tormenta perfecta” en Juárez, dice Payan.
Un mercado de Juárez vende estatuas religiosas, incluida la Virgen de Guadalupe. Esta aparición de María, la madre de Jesús, es un importante símbolo cultural de México. La catedral de la ciudad lleva su nombre.
“No podemos simplemente negar el rol de los Estados Unidos, el rol del capitalismo, el rol del consumo de drogas en los Estados Unidos”, dice Bejarano. “[El feminicidio] tiene mucho que ver con nuestros deseos y nuestras adicciones aquí en los Estados Unidos”.
Los activistas protestan contra la cultura de desigualdad económica, impunidad y misoginia que dan lugar a la violencia contra las mujeres. Pero el trabajo no está exento de riesgos. En 2010, Marisela Escobedo Ortiz fue asesinada a tiros mientras protestaba por la inacción del gobierno tras el asesinato de su hija de 16 años, Rubí Marisol Frayre Escobedo. La poeta feminista Susana Chávez, que acuñó el grito de protesta “Ni Una Más”, fue encontrada estrangulada en 2011, con la mano izquierda cortada. Y en enero, la artista feminista Isabel Cabanillas de la Torre de 26 años, fue encontrada muerta a tiros en el centro de Juárez. Fue miembro activo de Hijas de su Maquilera Madre, uno de los varios colectivos feministas de Juárez.
Después de que Cabanillas fue encontrada, los activistas de Juárez llenaron las calles, cerrando un cruce fronterizo durante horas. Las mujeres de Juárez siguen manifestándose, luchando para cambiar las normas de la sociedad y para mantener vivos los recuerdos de las víctimas.
Janette Terrazas es una artista visual conocida como “Mustang Jane” y coordinadora y cofundadora del proyecto NI EN MORE, junto con la artista visual noruega Lise Bjørne Linnert. El estudio de costura para mujeres sin fines de lucro en Juárez trabaja para crear un negocio sostenible que ofrezca salarios justos, un ambiente de trabajo seguro y capacitación a las mujeres. Todas las ganancias de NI EN MORE se invierten en el negocio y en las comunidades de trabajadores.
Terrazas, una artista visual, activista y promotora cultural, creó este retazo de protesta con un telar y tintes naturales. La cruz rosa del centro es un símbolo de justicia para las mujeres que desaparecieron o murieron por feminicidio en Juárez. Terrazas cree que el auge de las maquiladoras (fábricas) en Juárez creó condiciones de trabajo vulnerables para las mujeres, incluidos bajos salarios y a veces viajes peligrosos a través de la ciudad. Las flores alrededor de la cruz son un tributo a la vida de las mujeres.
Terrazas crea diferentes tipos de mapas textiles, donde los hilos colgantes o las luces simbolizan las vidas de las mujeres asesinadas en Juárez. La preservación de la memoria colectiva y el aumento de la conciencia sobre el feminicidio son importantes para muchos activistas de la región, donde muchos de los crímenes no se han resuelto.
En enero, la activista y artista Isabel Cabanillas de la Torre, de 26 años, fue asesinada en el centro de Juárez. “Es la primera vez que voy a hacer un bordado de alguien que realmente conozco”, dice Terrazas.
Candelaria Gutiérrez Pérez cose en NI EN MORE. Gutiérrez Pérez, de la comunidad indígena Rarámuri, dirigirá la apertura de un nuevo estudio NI EN MORE en un barrio Rarámuri de Juárez, ampliando los programas de costura y teñido. NI EN MORE adquirió una licencia para el nuevo estudio y está buscando fondos para continuar su desarrollo.
Gutiérrez Pérez, experta en teñir con materiales vegetales naturales, envuelve pétalos de flores en tela que se teñirá en NI EN MORE en Juárez. Las plantas, flores y vegetales se utilizan en los procesos de teñido a mano. “El estudio NI EN MORE actúa en oposición a los estándares de producción en masa de las maquiladoras”, dice Terrazas.
Hilda María Ortega Trillo, madre de dos hijos y experta costurera, aparece fotografiada con uno de los vestidos de NI EN MORE. NI EN MORE es una combinación de palabras en español, noruego e inglés que significan “Ni una más”. La frase se inspiró en la poesía de Susana Chávez, quien protestaba por los feminicidios en Juárez, antes de ser asesinada en 2011. Terrazas dice que el nombre fue creado como un acto de solidaridad. “Estamos hablando de un movimiento y no somos dueños de este movimiento”, dice Terrazas.
“He aprendido que, como mujer, tenemos mucho poder, mucho potencial”.
Hilda María Ortega Trillo
Ortega Trillo asiste a los servicios de su iglesia en Juárez. Dice: “Por un lado, está la violencia, pero, por otro lado, tenemos obligaciones que cumplir. No nos podemos quedar encerrados en la casa por temor a los que nos pueda pasar, lo único que nos queda es tratar de prevenir todo lo que está pasando en la calle”.
Ortega Trillo asiste a un servicio en la iglesia en Juárez.
En memoria de
Jocelyn Calderón Reyes
Paloma Angélica Escobar Ledezma
Idalí Juache Laguna
María Guadalupe Pérez Montes
Adriana Sarmiento Enríquez
y todas las mujeres desaparecidas y asesinadas de Juárez.
Cómo puede ayudar
“Puede empezar por hacer un cambio en su propio vecindario. Creo que es el primer paso”, dice Janette Terrazas, artista y cofundadora de NI EN MORE.
Terrazas sugiere ser voluntaria o hacer donaciones a los refugios que sirven a las mujeres que se enfrentan a la violencia. En Juárez, Casa Amiga es un centro para crisis sin fines de lucro fundado por la activista Esther Chávez Cano, quien comenzó a rastrear casos de feminicidio en 1993.
Norma Laguna Cabral, cuya hija Idalí, de 19 años, desapareció en 2010, dice que las donaciones a la Red Mesa de Mujeres la han ayudado a ella y a otras familias a conmemorar los que serían los cumpleaños de sus hijas y los aniversarios de sus desapariciones.
Imelda Marrufo Nava, coordinadora general de la Red Mesa de Mujeres, añade: “Si alguien está interesado en ayudar a una familia en particular, estaremos encantados de ponerlo en contacto”.
Incluso aquellos que no pueden hacer donaciones pueden contribuir analizando sus hábitos de consumo, dice Cynthia Bejarano, profesora de estudios de género y sexualidad en la Universidad Estatal de Nuevo México.
“Esté atento a dónde compra sus productos, su ropa”, dice Bejarano.
Bejarano también sugiere hacer un llamamiento a los miembros del Congreso y publicarlo en los medios de comunicación social para crear conciencia.
Perla Janina Reyes Loya, cuya hija de 13 años, Jocelyn, desapareció en 2012, está de acuerdo.
“Por favor, si sabe de algún caso, no guarde silencio; denúncielo”, dice Reyes.
Agradecemos especialmente al traductor de Ciudad Juárez Álvaro Guzmán y a los productores Clemente Sánchez y Luis Hinojos, quienes contribuyeron al reportaje de esta historia.
Agradecimientos adicionales a
Vianna Davila, Alice Driver, Alicia Araís Fernández,Lise Bjørne Linnert,
Alejandra Rodríguez Matamoros, Kathleen Staudt,María-Socorro Tabuenca C.
Corinne Chin es una videoperiodista senior en el Seattle Times. También dirige el Grupo de Trabajo de Diversidad e Inclusión de la sala de redacción. Puede contactarla a través del correo cchin@seattletimes.com.
Erika Schultz trabaja como fotógrafa para el Seattle Times, donde se centra en la fotografía documental y la narración de video. Puede contactarla a través del correo eschultz@seattletimes.com.
Claudia Castro Luna es una poetisa y escritora que actualmente funge como Poeta Homenajeada por el Estado de Washington (2018-2021).
Puede contactarla a través del correo castrolunaclaudia@gmail.com, o por su página web castroluna.com
Historia: Corinne Chin y Erika Schultz
Fotografía: Erika Schultz
Video: Corinne Chin
Editores de historias: Bill Reader, Sandy Deneau Dunham and Danny Gawlowski
Desarrollador: Lauren Flannery
Editor gráfico: Emily M. Eng
Encargados: Amy Wong and Taylor Blatchford
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